La verdad es que empiezo esta entrada sin tener la menor idea de lo que voy a hablar.
Hecho curioso, porque a mí otra cosa no, pero el parloteo me va un montón.
Debe ser la tranquilidad, que tengo la mente de vacaciones.
Mientras escribo, veo las montañas nevadas y escucho a un gato jugar con una pelotita con cascabel incluido.
Si alguien piensa que me molesta, es que no me conoce.
De hecho, me resulta hasta relajante.
La felicidad en estado puro: el fuego encendido, las montañas nevadas y un cascabel por el pasillo.
Parece perfecto, y lo es. Para mí.
Porque cada uno tiene que buscar, y encontrar, aquello que le hace feliz. No hay otra.
A ver.
No hablo de cuentos de hadas, ni de ir por la vida como si te hubieras dado a las drogas y flotaras sobre una nube de florecillas silvestres.
No, no.
Hablo de lo que, al final, te da paz y tranquilidad.
Lo que te permite estar en tu centro.
Da igual si es lanzarse en paracaídas o tomar té pensando en que tienes que limpiar los cristales de las ventanas.
Lo mismo da.
Todas las mañanas, mientras pongo a punto la estufa y cargo con los malditos sacos de pelets pienso que mejor estaba en Costa Rica, al calorsito.
Luego, me acuerdo de las arañas gigantes y las serpientes venenosas y se me pasa.
Mejor oso conocido que jaguar por conocer.
Volviendo a lo que iba.
La felicidad. Mucho han escrito sobre ella y no seré yo quien se ponga a filosofar sobre el tema.
O sí, no sé.
Creo que la mayoría de las veces andamos como pollos sin cabeza buscando algo que existe, pero a ratos.
No nos darnos cuenta de que la felicidad, así, en plan guay, nos visita varias veces al día.
El resto del tiempo sólo nos queda estar en paz con nosotros mismos y con lo que hacemos o no hacemos.
Seguro que alguien dice “oye Ainhoa, que yo soy muy feliz todo el tiempo”…
Pues mira que bien, me pasas el contacto de tu médico que yo quiero tomar lo mismo.
Porque a ver, seamos sinceros, Si el mismísimo Siddhartha hubiera vuelto a casa por Navidad…
Vale, en aquella época Jesús no había nacido y mucho menos, muerto, pero permitidme el ejemplo, anda.
Decía.
Si el mismísimo Siddhartha hubiera vuelto a casa por Navidad a cenar con sus cuñados, el Budismo lo hubiera inventado Manolo el del bombo.
Ahí lo dejo.
Así que, de vez en cuando, parar y escuchar.
Si os pone contentos, a por ello, aunque el precio sea cargar sacos todas las mañanas y dormir un poco menos por la noche.
Chaíto.