Últimamente, vengo observando un hecho que no sé si me sorprende o me confirma lo que ya pensaba.
La gente, en general, tiene una capacidad de compromiso de menos cinco.
Vamos, que todos muy comprometidos.
Pero, si me tengo que mover, mejor que vaya otro, que yo estoy muy ocupado, a ver si me voy a perder algo si me muevo del sofá.
Recuerdo aquellos días de pandemia donde todos se comprometían con seguir con los hábitos forzosamente adquiridos: hacer ejercicio, meditar, hablar más a menudo con familiares y amigos, cocinar,…
Paparruchas.
En cuanto nos abrieron los bares, todo olvidado. Será el efecto de la resaca, no lo sé.
Sofá 1, fuerza de voluntad 0
Yo, no me escondo.
Aunque he mantenido algunos hábitos que, creo que en aquellos días sólo reforcé, otros se han ido por el desagüe.
Así que me he propuesto reforzar mi compromiso conmigo misma y con la vida que quiero tener.
Recuerdo una época en la que subía al monte todos los fines de semana.
Sí, vale, una época muy muy lejana, allí por el inicio de los tiempos, más o menos. No seáis tiquis miquis.
Ahora, me das una cuesta y sólo digo dos cosas “pero, ¿seguro que es necesario subir por ahí?” y “por lo menos habrá un bar cuando lleguemos ¿no?”.
En fin, que me he propuesto recuperar algunos hábitos juveniles.
Y abandonar otros, adquiridos por culpa de haber comprado un sofá excesivamente cómodo o vivir demasiado cerca de los bares.
La mia responsabilità.
No quiero una vida mediocre, llena de hábitos mediocres.
No creo que llegue a subir el Everest (más que nada, porque las multitudes no me van mucho últimamente y, ya parece un garito de moda, más que una montaña), pero quiero saltar en paracaídas.
Sí, tal cual. Llevo años queriendo hacerlo, no lo recordé hasta el otro día.
Así que, si no me veis en los bares, mirar hacia arriba, no vaya a ser que termine sobre vuestra cabeza en un error de maniobra.
Chaíto.